Gonzalo Echenique es arquitecto por la Escuela Técnica de Arquitectos de Madrid. Entre 1989 y 2000 fue director técnico y de arquitectura para el Banco Santander y, desde entonces, dirige su propio estudio multidisciplinar de arquitectura, urbanismo y diseño. Su obra ha sido premiada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, publicada en varias revistas y monografías y expuesta en muchas ciudades del mundo.
Casi medio siglo después de intenso trabajo, debe dar cierto vértigo hacer balance de su trayectoria…
Mi relación con la arquitectura viene de lejos ya que formo parte de la tercera generación familiar de arquitectos. Terminé la carrera en el año 71 y empecé a trabajar en el despacho de arquitectura de mi padre, sólo por las mañanas, por 7.500 pesetas al mes. Aún recuerdo la primera obra que hice: una valla de hormigón en calle de Padre Damián. Llegó la crisis de los 70 y, por consejo marital, estudié una oposición, que logré y que me permitió disfrutar 10 años como arquitecto en el Ministerio de Marina.
Su contratación por el Banco de Santander supuso un espaldarazo profesional
Entré en el Banco de Santander a través de la consultora McKinsey, que aconsejó al banco tener su propio estudio de arquitectura. Fue una época muy intensa de trabajo ya que, en plena expansión de la entidad financiera, interveníamos en los edificios de la corporación, en las oficinas y sucursales… ¡y, a veces, hasta en el diseño de la publicidad! A modo de curiosidad, recuerdo que el color rojo del logo actual lo sacamos del tono del pantalón del Infante Francisco de Paula que aparece en el cuadro de Goya La Familia de Carlos IV.
Participar en el proceso de creación de la Ciudad Financiera del banco debió de ser una experiencia inolvidable
Reconozco que esa etapa fue apasionante, desde luego. Formamos un joven y competente equipo de trabajo y se nos otorgó mucha libertad para crear espacios. Hasta el punto de que, para hacer el interior del edificio que el banco tenía en Castellana 24, me dijeron: ‘Contrata al arquitecto que tú quieras’. Fue una responsabilidad terrible; no podía fallar. Elegí al arquitecto austríaco Hans Hollein, al que en 1985 le concedieron el Premio Pritzker. La decisión fue todo un acierto. Tanto que, para la construcción de la Ciudad Financiera del banco, en Boadilla, se optó, también, por convocar un concurso internacional entre varios premios Pritzker. Participaron los estudios de Norman Foster y Rafael Moneo, entre otros, y se adjudicó a Kevin Roche.
El proyecto de Roche encajaba muy bien con la intención de la propiedad: edificios de poca altura conectados entre sí mediante patios, plazas y láminas de agua… todo respetando de manera eficaz los requisitos medioambientales y favoreciendo lo que ahora se llama sostenibilidad, es decir, futuro.
Y en la cresta de la ola se apea del barco…
Dejé el Banco Santander Central Hispano para montar mi estudio pero seguí colaborando con el banco. De hecho, participé en la creación de la Ciudad Financiera ya que hice allí dos edificios y, en la actualidad, estoy trabajando en su centro médico. Desde mi estudio, curiosamente, he trabajado bastante para la banca, y no me ha ido mal… Con un proyecto de edificio para CaixaNova en la calle Gran Vía de Madrid gané en 2012 un premio a la rehabilitación y en 2005 recibí el primer premio por el Centro de Proceso de Datos en Boadilla. También me eligieron para participar en la exposición itinerante de arquitectura madrileña por todo el mundo…
¿Qué motivó, entonces, la decisión de crear su propio estudio?
Vocación y deseo de hacer proyectos que en el banco no tenían cabida, como edificios de viviendas o, por qué no, una iglesia. Siempre he querido hacer un centro de culto y no lo he conseguido….
No parecen tiempos fáciles para colmar esas apetencias
Efectivamente, la arquitectura pasa por unos momentos terribles. Empiezo a pensar que puede ser un buen momento para cerrar la puerta. Lo mío es vocacional y así interpreto mi profesión. No entiendo cómo es posible que en España se pretenda ahora comparar nuestra profesión con la de los ingenieros mediante normativas. El arquitecto hace arquitectura y lo demás lo desarrollan los ingenieros. Y así debe ser, los arquitectos siempre hemos sido los intérpretes de la obra y los ingenieros desarrollaban los trabajos que nosotros les asignábamos por desconocimiento y/o mayores conocimientos. Ahora quieren cambiar esa realidad pero no me parece correcto. Es la puntilla para nuestra profesión.
El futuro no parece halagüeño para las próximas generaciones de arquitectos…
En España hay un nivel de arquitectura muy alto, con una escuela de arquitectura muy exigente, que está entre las cuatro o cinco mejores del mundo. En nuestro país hay cinco o seis arquitectos de primerísima fila. El Museo de Amsterdam, por ejemplo, lo han hecho Antonio Cruz y Antonio Ortiz y, el aeropuerto de Yokohama, Alejandro Zaera. Pero las futuras generaciones, efectivamente, no lo tienen fácil… Yo creo que la profesión ha cambiado radicalmente y los arquitectos saben que terminarán en una ingeniería. Montar un despacho será inviable porque sólo salen reformas y eso no da de comer y mantener un estudio. Y los concursos tampoco, claro. La única opción que veo factible a corto plazo es la rehabilitación de edificios.
En su estudio, en el que han trabajado jóvenes profesionales, ha podido comprobar in situ la evolución de la profesión…
Efectivamente, ahora los jóvenes manejan los ordenadores de una manera magnífica pero tienen miedo a ir a las obras. Los arquitectos tenemos un seguro de responsabilidad civil y estamos colegiados, pero ni aún así. Las nuevas generaciones ven con recelo el trabajo en la obra, pero es allí donde más se aprende. El ordenador ha tenido mucha culpa en este cambio. Antes se dibujaba todo a mano; todo más realista, más sensato. Los nuevos programas informáticos permiten hacer cosas diferentes, incluso hasta inverosímiles, lo que lleva a la arquitectura a un punto difícil de soportar. Se busca proyectar iconos, edificios emblemáticos para el lugar donde se erigen, pero todo eso acabará. Volverá la sensatez, entre otras cosas, porque no hay dinero.