En el blog de Volumen solemos destacar el reconocimiento internacional del que actualmente presume la arquitectura española. En los últimos 20 años, el buen hacer de nuestros jóvenes y consagrados diseñadores ha colocado a la arquitectura patria en lo más alto, demostrando que somos potencia en esta disciplina.
Entre los defensores de esta forma admirable de hacer las cosas se encuentra una autoridad como Kenneth Frampton, crítico, arquitecto e historiador británico convertido casi en leyenda del gremio. Este maestro de arquitectos ha destacado en más de una ocasión que la Escuela de Arquitectura de Madrid es “absolutamente excepcional”.
Otra muestra de la admiración mundial fue la exposición elaborada por el MOMA de Nueva York hace un par de años y que llevó por título ‘La nueva
arquitectura de España’. Recibió más de un millón de visitas y resultó un éxito abrumador. La exposición incluía maquetas, fotografías y planos de 53 proyectos, que el comisario de la serie, Terence Riley, escogió de más de 600 candidatos.
Como no puede ser de otra forma, no podemos olvidar el doble reconocimiento de los responsables del Premio Pritzker hacia nuestro país. En 1996 fue Moneo quien obtuvo tan laureado galardón y 21 años después fueron los integrantes de RCR estudio, Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta. Precisamente, estas dos décadas de diferencia entre un premio y otro son las que han marcado de una manera determinante la evolución de nuestra arquitectura.
Hay quien dice que todo arrancó con la construcción del Guggenheim de Bilbao, obra de Frank Gehry, mientras otros hablan de la arquitectura del marketing. También existen voces que ligan este resurgimiento del diseño español a la burbuja inmobiliaria, la corrupción y el malgasto del dinero público. No obstante, más allá de las oportunas críticas, lo cierto es que las ciudades españolas pueden presumir de obras emblemáticas de los más grandes arquitectos internacionales.
Las críticas más ácidas se ciernen sobre proyectos públicos como el Centro Niemeyer de Avilés, en Asturias, o la Ciudad de la Cultura de Galicia en Santiago de Compostela, de Peter Eisenman. Aunque la cabeza más visible de esta arquitectura polémica ligada a la política fue toda la obra de Santiago Calatrava en Valencia.
Al carro de la nueva arquitectura también se subieron las bodegas más reconocidas de España, proyectando una imagen moderna y atractiva del mundo enológico con obras de Zaha Hadid para López Heredia, Frank Gehry para Marqués de Riscal o de nuevo Calatrava, esta vez para Ysios.
No todas las obras aceptadas por el gran público fueron privadas, ni todas las públicas fueron tachadas de derroche. La T4 de Barajas —obra del Estudio Lamela— se estudia en las escuelas y ha recibido numerosos reconocimientos. Norman Foster se ha volcado con nuestro país, abriendo una sede de su fundación y participando en varios proyectos, entre ellos una de las cuatro torres de Madrid.
Jean Nouvel participó en la ampliación del Museo Reina Sofía de Madrid y en la Torre Agbar de Barcelona. Herzog & de Meuron, por su parte, recuperaron lúcidamente lo que actualmente es el CaixaForum de Madrid sede del BBVA. Y, por supuesto, el gran Rafael Moneo trabajó en todo un edificio nuevo para ampliar El Prado.
En un nivel más pedestre, la ciudadanía se ha maravillado con obras cercanas como el Hotel Puerta de América, donde trabajaron colectivamente hasta 18 arquitectos y diseñadores internacionales: David Chipperfield, Victorio & Lucchino, Marc Newson, Ron Arad, Javier Mariscal, Fernando Salas o los ya mencionados por otras obras Zaha Hadid, Norman Foster, y Jean Nouvel. Blanca Lleó y los holandeses de MRVD desarrollaron uno de los iconos de los nuevos barrios madrileños, el Mirador del PAU de Sanchinarro. Así como Vázquez Consuegra trabajó en el Ensanche de Vallecas.
Dos décadas dan para mucho. Ahora es difícil encontrar una ciudad española donde no haya un edificio de nueva arquitectura que se haya convertido en un emblema para sus vecinos. Cierto es que a menudo provocan polémica, pero, por norma general, suelen ser bien aceptados. El buen tiempo invita a salir a la calle y disfrutar de todos estos iconos de la arquitectura —y muchos otros desconocidos— que nos acompañan como testigos mudos e inmutables durante todos los días del año.