Era de origen iraquí, nacida en Bagdad. Por tanto, de raíces musulmanas. Y encima, mujer.

Y estas matizaciones no son gratuitas, sino que enmarcan lo que para Hadid fue una auténtica carrera de obstáculos para llegar a tener el reconocimiento internacional del que ahora disfrutaba. Siempre reconoció, públicamente, que ella tuvo que trabajar y demostrar mucho más que sus compañeros varones para llegar, primero, a poder diseñar, y luego, a poder construir. No conviene olvidar, y es justo decirlo, que la arquitectura ha sido (es) tradicionalmente territorio masculino.

Vivió en Londres casi toda su vida. Antes de ser estudiar arquitectura se graduó en matemáticas. El primer edificio diseñado por ella que llegó a ser una realidad fue una estación de bomberos. La de Vitra, en Weil am Rheim, en Alemania. Claramente, es distinta.

Sin ninguna duda ha sido la arquitecta más premiada de la historia. Pero también lo es, en general, de la arquitectura contemporánea. Tiene más de 20 reconocimientos internacionales. Entre ellos, el más prestigioso de todos, el Pritzker, una suerte de “premio Nobel de arquitectura”, que se llevó en 2004. Por supuesto, fue la primera mujer en conseguirlo. Y eso que cuando lo hizo los galardones llevaban entregándose 25 años…

Algunas publicaciones etiquetan su estilo como deconstructivista. En cualquier caso, es indiscutible que en su afán estuvo siempre el llevar la arquitectura, como ella decía, “más allá de sus límites”.

La gran mayoría de sus 950 proyectos no fueron más allá de los planos, a pesar de haber ganado multitud de concursos públicos en los cuatro costados del planeta. Aún así, su trayectoria es de las que, justamente, pasarán a la historia.