Hay hechos, a veces, difíciles de creer. Aquí va uno: Madrid capital no tienen ningún edificio o espacio declarado Patrimonio de la Humanidad.
No pocas veces se han presentado propuestas para entrar en la tan laureada lista de la UNESCO. Y quizá la más reciente venga presentada por la Asociación Española para la Protección del Patromonio Arquitectónico del Siglo XX (AEPPAS20), que defiende a capa y espada la inclusión del Hipódromo de la Zarzuela en tan magna clasificación.
El hipódromo no es un lugar popular. No al menos para la mayoría de la ciudadanía de Madrid. Muchos oriundos no lo han vistado nunca y, habitualmente, se relaciona exclusivamente con la celebración de la práctica deportiva de la equitación, y por ende, aunque no siempre verdad, con un público y usuarios muy concretos. Y sin embargo, existe un consenso internacional acerca del gran valor arquitectónico del hipódromo. No es sólo una pista verde donde corren algunos caballos dando vueltas.
Las obras había empezado en 1935, pero la guerra arrasó con todo lo que se había construido hasta entonces, que era casi todo, reduciendo la zona a meros cascotes. Hubo que empezar de cero de nuevo. El hipódromo se inauguró finalmente en plena posguerra, en mayo de 1941. Durante los primeros años, competían básicamente caballos y jockeys extranjeros, pues en España la cabaña caballar estaba, lógicamente, muy mermada. En años se semejante escasez, mantener un caballo de carreras suponía algo poco menos que imposible, incluso entre las clases sociales acomodadas.
Considerado BIC (Bien de Interés Cultural) a nivel nacional desde 2009 (¿la antesala de futuros recocimientos mayores?), fue diseñado por Carlos Arniches, Martín Domínguez y por el ingeniero Eduardo Torroja, está consdierado como una de las obras maestras de la arquitectura madrileña del siglo XX. Lo más reconocible de la obra es a cubierta de la tribuna, hecha con láminas de hormigón armado en forma de hiperboloides, que con sólo 5 cm. de espesor en el extremo de los voladizos soportan todos los esfuerzos sin nervios ni refuerzos, simplemente con un anclaje posterior de tirantes, separados por cinco metros. La marquesina laminar vuela casi 13 metros.
Expertos y aficionados a la arquitectura, que continúan visitando el hipódromo para admirar las bondades del mismo, no ocultan su impaciencia por que la UNESCO otorgue un veredicto sobre la cuestión. Por ahora, el hipódromo está a punto de cerrar el 2016 tras haber celebrado este año su 75 aniversario. Desde luego, qué duda cabe de que un reconociiento de tal envergadura sería el mejor regalo de cumpleaños de todos los posibles.